Comentario
Antes de su llegada a Flandes, Alberto de Austria había ocupado durante una decena de años el virreinato de Portugal a partir de 1583. La unión de Portugal a la Monarquía constituye, sin duda, el mayor logro exterior de Felipe II, y con ella habría pretendido el Rey Católico relanzar toda su política septentrional, tanto en los Países Bajos como en Inglaterra.
La llamada Sucesión de Portugal se abre con la muerte de Sebastián I de Avis en la batalla de Alcazarquivir en el verano de 1578. El trono portugués pasa a ocuparlo el anciano Cardenal Enrique (Enrique I), y queda abierto el pleito sucesorio entre los descendientes del rey Manuel el Afortunado. Entre ellos se encuentra Felipe II como hijo de la primogénita Isabel de Portugal y, en función de ello, pretende desbancar a Catalina, Duquesa de Braganza, y a Antonio, Prior de Ocrato, hijo ilegítimo, aunque con la pretensión de haber sido reconocido, del Infante Don Luis.
El Prior de Ocrato se proclamará rey de Portugal como Antonio I en Santarem en 1581 y agrupará en su torno a grupos populares y del bajo clero, pasando a oponerse militarmente a los ejércitos que, al mando del Duque de Alba, Felipe II envía a Portugal para que le garanticen un trono que asegura que es suyo. La resistencia es vencida pronto en Portugal continental y sólo se mantiene en los archipiélagos atlánticos (Empresa de las Terceras) mediante el apoyo inglés y francés. Don Antonio huye a Francia, desde donde intentará organizar un desembarco en las costas portuguesas o revueltas populares (Beja, 1593) que lo restauren como Antonio I.
Pero, junto a la fuerza militar, Felipe II desarrolló una labor diplomática impresionante por la que concertó las condiciones en las que Portugal se incorporaría a la Monarquía Hispánica sin perder sus privilegios y su régimen particular. La negociación se hizo con la nobleza, el alto clero y los grupos de financieros, quienes estuvieron de acuerdo en la agregacíón de Portugal a la plural Monarquía de los Austrias porque tal integración redundaba en sus propios intereses. Las Cortes de Tomar de 1581 sancionan en el llamado Estatuto de Tomar los términos pactados, por los que Portugal pasa a ser la tercera Corona de la Monarquía del Rey Católico.
De la posesión de Portugal se esperaba que resultase la posibilidad de actuar en mejores condiciones en los Países Bajos -mediante el bloqueo comercial de productos como la sal y la pimienta, que resultaban vitales al tráfico holandés- y en Inglaterra; y, en efecto, de Lisboa saldrá la Armada Invencible en mayo de 1588.
En principio, las relaciones entre la Monarquía e Inglaterra habían sido tradicionalmente buenas, como prueba la política matrímonial que lleva a Catalina de Aragón o al propio Felipe de Austria al trono inglés. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XVI las relaciones se deterioran enormemente porque tanto Felipe II como Isabel I llevan adelante políticas de confesionalización, en las que ambos se presentan como los verdaderos Defensores de la Fe.
La Empresa de Inglaterra tenía que ser intentada antes o después, y la ejecución de María Estuardo en 1587 fue considerada la ocasión más propicia. Después de su salida de Lisboa y de refugiarse en La Coruña en junio, la después llamada Armada Invencible parte hacia el Norte y combate con los navíos ingleses en agosto y septiembre, siendo totalmente derrotada. El proyecto inicial, que consistía en el transporte a Inglaterra de las tropas de Alejandro Farnesio, ha quedado en nada. La respuesta inglesa pasará por asaltos como los de La Coruña, Lisboa o Cádiz y la paz no se alcanzará hasta los Tratados de Londres-Madrid durante el reinado de Felipe III.
A Farnesio no tardará en encargársele que actúe también en Francia en apoyo de la Liga Católica. En 1589 es asesinado Enrique III de Valois y el protestante Enrique de Borbón-Navarra es proclamado rey como Enrique IV. Felipe II se convierte en un decidido defensor de la Liga Católica, que no reconoce la realeza del Borbón, y, además, presenta a su propia hija Isabel Clara Eugenia al trono francés como heredera de su madre, Isabel de Valois. En 1593, los Estados Generales franceses desestimarán esta candidatura, Enrique IV se convierte al catolicismo y es definitivamente consagrado como rey de Francia. Felipe II acabará reconociendo al nuevo soberano y a la nueva dinastía en la Paz de Vervins de 1598 por la que se pone fin a la última guerra con Francia del siglo XVI.
La década final de la centuria es verdaderamente crítica para el rey y la Monarquía. A todos estos conflictos exteriores se suman los efectos de la carestía y las epidemias, así como el descontento y las revueltas en la propia Península. Junto a las ya citadas alteraciones de Beja y la de Avila, las más resonantes fueron, sin duda, las de Aragón de 1591, en las que el caso Antonio Pérez -el antiguo secretario real es detenido por el Santo Oficio y liberado por el pueblo de Zaragoza, que dice actuar en defensa de los fueros del reino- se mezcla con el Pleito del Virrey Extranjero.